2012/03/20

09 BAJO EL SOL DEL DESIERTO


09 BAJO EL SOL DEL DESIERTO

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1. Así como Galilea, la región norte de Israel, es fértil y siempre verde, Judea, la región sur, es zona seca, de escasa vegetación y, en algunos lugares, un auténtico desierto. En la actualidad, se puede ver, cerca de la ciudad de Jericó, en pleno desierto de Judea, el llamado Monte de las Tentaciones, donde la tradición cristiana fijó desde hace siglos el lugar en que Jesús fue tentado por el diablo. En la ladera de este monte hay un antiguo monasterio ortodoxo.

El pueblo de Israel creía que el desierto era terreno maldito por Dios y que por esto era estéril y allí sólo podían vivir animales salvajes y demonios. Lo consideraba un lugar extremadamente peligroso, donde el ser humano era puesto a prueba y podía sucumbir a la tentación. Pero el desierto no era sólo un lugar terrible. La larga peregrinación de los israelitas por el desierto a lo largo de 40 años hasta llegar a la Tierra Prometida, hizo que la tradición de Israel lo considerara también como lugar privilegiado para el encuentro con Dios y para conocer mejor sus planes, en la soledad y el riesgo. Entre estos dos sentidos –lugar de enfrentamiento con el mal y de revelación de Dios- se mueve el relato de las tentaciones de Jesús.

2. La cultura religiosa y el estilo literario del tiempo en que se escribieron los evangelios obligaba a usar en el relato de Jesús en el desierto la figura de un Tentador exterior a Jesús, la persona tentada. La Biblia menciona frecuentemente al demonio con diversos nombres: el Adversario, Luzbel, Satanás, Belcebú.

3. El relato evangélico de las tentaciones en el desierto no debe ser leído como una narración histórica, sino como un esquema teológico, en tres momentos, de las pruebas que Jesús tuvo que superar a lo largo de toda su vida. La clave para entender el relato está en las tres frases con las que Jesús responde al Tentador. Las tres aparecen en la narración del peregrinaje del pueblo hebreo por el desierto (Deuteronomio 8, 3; 6, 16; 6, 13). Entonces, Israel falló y cayó en la tentación de la desconfianza, la acumulación y la prepotencia. Jesús se mantuvo fiel. Los evangelistas quieren expresar que en la historia personal de Jesús se rescata la historia colectiva del pueblo de Israel.


Aquella mañana, bien temprano, vi a Jesús salir de la tienda donde dormíamos los galileos; tomó su bastón y echó a andar solo, alejándose del río, hacia el desierto de Judá.(1) Al poco tiempo, desapareció en un remolino de arena.

Jesús - ¿Qué quieres, Señor? ¿Qué esperas de mí? ¿Qué me pides? ¡Háblame claro para que pueda vencer el miedo y responderte! ¡Háblame, Señor!

Pero eran otras voces las que escuchaba en su interior...

Voz de María- ¿Qué es lo que quieres, Jesús? Pasa un año, pasa otro y tú no te decides por nada. Hazme caso, hijo. Olvida los sueños y sé realista. Tienes treinta años. Ya es hora de que pongas los pies en la tierra...

Voz del Tabernero- ¡Ah, qué hombres más locos! ¡Soñando con profetas y señales de Dios pudiendo quedarse por aquí a darse la gran vida! Tú, nazareno, ¿no te animas? ¡Tengo muy buen vino y unas mujeres que están…! Allá en tu pueblo no hay nada de esto.

Voz de Pedro- Te hablo en serio, Jesús. Todos podemos ser el Mesías. ¿Por qué no? Juan dice que está entre nosotros. Pues a lo mejor es este calvo o aquel flaco o... o tú mismo, Jesús. ¡Tú mismo puedes ser El Liberador de Israel! ¡Tú mismo puedes ser el Liberador de Israel!

Jesús caminó y caminó a través del desierto. Subía y bajaba las colinas, bordeaba las grandes montañas y, cuando llegaba la noche, se tumbaba en la arena, con la cara vuelta al cielo, como esperando una respuesta.

Jesús - ¿Qué quieres, Señor, de mí? ¿Qué puedo hacer yo por mi pueblo? Juan es un profeta, sabe hablar, pero yo... yo...

¿Cuántos días pasaron? ¿Hacia dónde quedaba el pueblo más cercano? El hambre y la sed fueron apoderándose de él. Nada, ni una yerba, ni una gota de agua se veía por ninguna parte. Jesús, con los labios resecos y azulosos se sentó sobre una roca. El sol hervía sobre su cabeza y sintió un mareo. Después no recordó nada más. Rodó sobre la arena y se perdió en un profundo sueño...

Tentador(2)- ¡Psst! ¡Psst! ¡Pobre muchacho! ¿A quién se le ocurre venir al desierto así, sin comida y sin camello? En el desierto sólo viven los escarabajos y los lagartos...
Jesús - ¿Quién eres tú?
Tentador - Qué más da eso. Digamos que soy un sueño.
Jesús - Bah, entonces no me sirves para nada.
Tentador - No lo creas. A veces los sueños son más reales que la misma realidad. ¡Pobre muchacho! Estás mareado por el hambre y el cansancio... Yo te ayudaré. Pero primero tienes que decirme claramente: ¿Qué has venido a buscar aquí?
Jesús - Busco a Dios. Necesito que Dios me hable y me señale el camino que debo seguir.
Tentador - En el desierto no hay caminos. Y en la vida tampoco. Uno se fabrica su camino con un poco de suerte y otro poco de ambición. Yo puedo ayudarte, Jesús de Nazaret.
Jesús - ¿Cómo sabes mi nombre?
Tentador - Por aquí pasan tan pocos visitantes que uno enseguida sabe quién es quién.
Jesús - Y tú, ¿cómo te llamas?
Tentador - No te preocupes por eso. Escúchame: puedo darte un buen consejo. ¿No has oído que los gatos tienen siete vidas y los cocodrilos cuatro? Y tú, tú que eres un pobre hombre, ¿cuántas vidas tienes, infeliz?
Jesús - Una... una sola, por supuesto.
Tentador - ¡Pues disfrútala, amigo! ¿No andabas buscando un camino? Ese es el camino que sigue la mayoría de los hombres y las mujeres y... y les va bastante bien.
Jesús - ¿Qué debo hacer para disfrutar la vida?
Tentador - Lo primero, no pensar mucho. El pensamiento es la madre de la tristeza.
Jesús - Eso es fácil de decir, pero... ¿Y nuestro pueblo? ¿Y tantas injusticias que hay que arreglar? ¿Cómo puedo yo dejar de pensar en esas cosas?
Tentador - Bah, idealismos de juventud. El mundo seguirá igual contigo o sin ti. Pasarán dos mil años y los pobres seguirán siendo pobres, y los ricos, ricos. Y los abusos que se cometieron ayer se repetirán mañana.
Jesús - Tal vez tengas razón, pero...
Tentador - Escúchame, Jesús de Nazaret. Mira estas piedras... Imagínate que esta piedra fuera un pan, un sabroso pan sacado del horno. Ah, mi buen amigo: comer es la primera norma para disfrutar la vida.
Jesús - Pero no sólo de pan vive el hombre.
Tentador - ¡Claro que no! Buena comida para la tripa, buen vino para la garganta y ¡buenas mujeres para la cama!
Jesús - ¿Y la palabra de Dios? También el hombre vive de la palabra de Dios.
Tentador - Uff, olvídate de Dios. El tiene sus problemas en el cielo y tú los tuyos en la tierra. ¿Sabes lo que tú necesitas? ¡Dinero! El dinero, amigo, es la llave de la felicidad. Con dinero lo puedes comprar todo. Hazme caso: consigue dinero, mucho dinero, y tendrás una vida cómoda y feliz.
Jesús - Pero, ¿dónde voy a encontrar yo ese tesoro de monedas? No es fácil llegar a ser rico.
Tentador - Para ti, sí. Tienes buena cara para los negocios. Estoy seguro que si te mudas a Jerusalén y comienzas, por ejemplo, con una pequeña casa de préstamos... o un comercio de púrpura. Tú progresarás, muchacho. Tú podrás cambiar las piedras en pan. ¡Y el pan en dinero! ¡Y el dinero lo da todo! Disfruta la vida y no pienses. Vamos, decídete. ¿Qué esperas?
Jesús - No sé, pero... Yo busco otra cosa... Dinero, lujos, seguridad... Y luego, ¿qué?
Tentador - Me lo imaginaba, muchacho. No eres de los del montón que se conforman con hacer lo que todos hacen. Todos quieren dinero. Todos quieren gozar la vida. Tú quieres algo más. ¡Tú quieres dominar la vida! Llevar tú el timón del barco, ¿no es eso?
Jesús - No te entiendo.
Tentador - Ven, dame la mano y acompáñame...
Jesús - ¿A dónde me llevas?
Tentador - Mira, observa desde esta montaña. Desde aquí puedes elegir bien. Mira todos los reinos y los gobiernos de este mundo: Jerusalén, Egipto, Babilonia, Atenas, Roma... ¿Cuál te gusta más? ¿Cuál prefieres?
Jesús - Pero, ¿de qué me estás hablando?
Tentador - Que si tú quieres, puedes llegar a ser el dueño de cualquiera de estos imperios. O, si eres muy ambicioso, como el gran Alejandro, de todos juntos.
Jesús - Pero eso es imposible. Yo... yo soy un campesino con las sandalias rotas. No tengo ni cuatro palmos de tierra míos y tú me hablas de ser dueño de...
Tentador - Todo es cuestión de proponérselo. Poco a poco, irás subiendo la escalera del poder. Convéncete, muchacho: la política es el arte de pisarle la cabeza al que está en el escalón más bajo.
Jesús - Precisamente, ése soy yo. Estoy en el escalón más bajo. ¿A quién puedo pisar? ¿Qué tendría que hacer para ir subiendo?
Tentador - Yo te ayudaré. Confía en mí.
Jesús - Pero, ¿quién eres tú? Dímelo, por favor.
Tentador - Yo soy la ambición de poder que llevas escondida en tu alma, Jesús. No te conformas con dinero y lujos porque quieres gobernar y tener poder sobre otros hombres. Y es natu¬ral. Ya te dije que los hombres como tú no se contentan con disfrutar la vida. Además, quieren tener las riendas. ¡Mira! Ése va a armar la guerra contra su vecino. Y ganará, no lo dudes, porque es ambicioso. Ya tiene a cientos de miles bajo sus botas y bajo su látigo. Y tendrá muchos más. Todos le obedecen. Todos están a su servicio.
Jesús - No sé, pero... yo prefiero servir y no ser servido.
Tentador - Eres un soñador, Jesús. A ver, dime, ¿a quién quieres servir?
Jesús - No sé... servir a Dios, servir a mi pueblo Israel...
Tentador - Ah, ya entiendo, ¿cómo no lo pensé antes? Tu soberbia es mayor de lo que yo sospechaba. Hablemos claramente, Jesús de Nazaret: tú quieres ser el Mesías que todos los judíos esperan desde hace siglos. Sí, no pongas esa cara... Tú sabes muy bien de lo que estoy hablando. El dinero es vulgar. El poder es también aburrido, lo reconozco. Tú quieres algo especial. Tú quieres ser el Mesías de Israel, el Salvador del mundo. Que se hable de ti por los siglos de los siglos, que se escriban bibliotecas enteras contando tus palabras, tener muchos seguidores, una organización poderosa, con dinero y con influencias, por supuesto...
Jesús- ¿Cómo puedes hablar así? Nunca he pensado nada de eso...
Tentador - Ven, lo que hace falta para comenzar tu carrera es un buen golpe de efecto, ¿comprendes? Vayamos a Jerusalén, al templo, a la punta más alta de las murallas...
Jesús - Déjame, no quiero ir, déjame...
Tentador - Mira... ¡400 codos de altura! Mira hacia abajo... Fíjate en ese rebaño humano... Todos se han reunido para ver el milagro.
Jesús - ¿Qué milagro?
Tentador - ¡El tuyo! Cierra los ojos y tírate desde aquí arriba.
Jesús - ¿Estás loco? ¡Me mataría!
Tentador - No, qué va. Yo me pondré abajo y no permitiré que tus pies se rocen siquiera con una piedra. Confía en mí.
Jesús - Pero, ¿qué gano yo tirándome?
Tentador - Éste será el primer milagro. Luego vendrán otros mayores. La gente te aplaudirá. Y tú dirás: ¿A quién buscan? ¿Al Mesías, al liberador? ¡Yo soy! Y todos se arrodillarán ante ti y tú serás grande. ¡Tu fama llenará el mundo!
Jesús - Pero...
Tentador - Pero nada. No lo pienses más. ¿No oyes a la gente que espera? ¡Vamos, tírate va de la muralla! ¡Yo me ocuparé del resto!
Jesús - Espérate... no sé, esto es tentar a Dios. No se debe tentar a Dios.
Tentador - ¡Dios! ¡Dios! ¡Deja a Dios tranquilo, imbécil!
Jesús - ¡Déjame tú tranquilo también! ¡Vete! ¡Vete!
Tentador - ¡Qué pena me das, Jesús de Nazaret! Vas por mal camino, muchacho. Está bien, cabeza dura. Ya te arrepentirás de no haberme hecho caso. Nos volveremos a encontrar. ¡Hasta la vista!
Jesús - Espera, dime quién eres... ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?


Camellero - Me llamo Nasim. Soy samaritano y hago esta ruta del desierto para llegar antes a Jericó...

Un viejo camellero pasaba por aquel lugar y, al ver a Jesús tirado en la arena, se le acercó para ayudarle.

Camellero - ¿Cómo te llamas tú, eh? ¿Has perdido tu camello? ¿Te han asaltado los bandidos? Ay, hermano, este desierto es traicionero... Hasta los demonios tiemblan cuando tienen que atravesarlo. Tú estabas gritando mucho... y me acerqué a ver qué pasaba. Vamos, sube... ¡uff!, ya está... Estás medio muerto, hermano... anda, bebe esta leche de cabra. Vámonos, que todavía nos falta un buen trecho hasta Jericó. ¡Camello, vamos, camellooo!

¿Cuántos días había estado Jesús en aquellas montañas grises y peladas? No lo podía saber. En el desierto, durante cuarenta años, Dios puso a prueba a su pueblo y permitió que fuera tentado.(3) También el profeta Elías atravesó el desierto y durante cuarenta días y cuarenta noches buscó el rostro de Dios. Y Juan el Bautista había aprendido a gritar en aquellas soledades que el Liberador de Israel ya se acercaba.



Mateo 4,1-11; Marcos 1,12-13; Lucas 4,1-13.
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